Lo que son las cosas. Barba Azul era un hermoso gato persa criado en Ferrol y cuyos servicios de semental se pagaban a buen precio por distintas ciudades de Galicia. Al minino, de laureado pedigrí, lo llevaban en palmitas de gata en gata y vendían sus cachorros a 400 euros. Era, hasta hace unos días, el rey de los felinos. Hoy ya no se puede decir que sea, propiamente, gato, sino más bien gata, después de haber sido sometido en Baíñas (Vimianzo) a una operación de cambio de sexo.
El bueno de Barba Azul tuvo un problema cuando hacía su trabajo. Una obstrucción de la uretra con dolorosos cálculos dejó al semental postrado. Los doctores lo sondaron para quitarle aquello, pero el asunto fue mal y la cosa -el pene- necrosó.
Llegados a ese punto sus dueños lo abandonaron porque ya no era productivo. Vivió un tiempo en la casa de la gata donde requirieron sus servicios, pero tampoco pudo quedarse. Tuvo, al fin, la suerte de caer en manos de los veterinarios Sara Gracia y Manuel Quintáns, que decidieron salvar al maltrecho bicho aplicando su ciencia.
Lo normal, cuenta Quintáns, es que muchos propietarios no quieran pagar una costosa uretrostomía perineal y acaben sacrificando a la mascota.
Pero ellos decidieron salvarlo por su cuenta y quedárselo. Barba Azul entró al quirófano, donde no quedó otra que amputar. Además de perder el pene, fue castrado. Después, el cirujano dedicó dos horas para darle forma a lo que quedaba, reconstruyendo aquello y convirtiéndolo en algo como una vagina.
Al antiguo semental le costó un tiempo recuperarse y se llegó a temer por su vida, no porque el cambio le crease un trauma, sino por los efectos de la anestesia. Al final, el minino recobró fuerzas y pareció aceptar su nueva situación.
La vida le cambió lo suyo. Dejó de viajar por el mundo y de conocer gatas para quedarse a vivir en su retiro dorado de Baíñas, donde ronronea por los sofás de la tienda y se deja querer.
No solo cambió de sexo, también de aspecto, pues los veterinarios lo raparon porque tenía el pelaje muy mal cuidado. Además, le cambiaron el nombre, manteniendo el nuevo, eso sí, en el mismo campo profesional. Ahora se llama Pirata, carece de su ostentoso pelaje y ya no se preocupa por las gatas. Los cuidados de Sara Gracia, sin duda, permitieron que siguiera con vida. Atrás queda el estrés de sus relaciones sexuales obligadas y por delante un futuro tranquilo en el campo. Falta por ver si con el tiempo también cambia de gustos.
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