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lunes, 15 de octubre de 2012

Seis mil vecinos de Vigo queman sus cartuchos


Hoy empieza la temporada de caza. Estaba previsto que se iniciase el próximo domingo, pero coincide con las elecciones y no conviene mezclar las cosas. El día 21 serán otro tipo de piezas las que se ponen en el punto de mira: se cazan con votos, que siempre es mejor procedimiento que los perdigones.
La versión oficial dice que, por supuesto, este adelanto cinegético no tiene nada que ver con la cita electoral, sino que la excelente primavera propició que la época de cría se adelantase y, según datos que nadie conoce, la Xunta estima que este año la fauna silvestre ya está lista para ser de ser tiroteada. Para los 22 millones de animales silvestres que mueren cada año por acción directa de la caza, contabilizando solo los que se matan de forma «legal», estos días de bonificación son más que un problema, se trata de una cuestión de vida o muerte.
De las 20.000 licencias de caza de la provincia, la mayoría corresponden a zonas rurales donde todavía puede conservarse algo de tradición, sobre todo por una herencia cultural en la que las carencias se compensaban con el extra alimenticio que suponía, aunque esos tiempos ya pasaron. Afortunadamente ya nadie en nuestras latitudes necesita cazar para vivir, entre otras cosas porque con unos cuantos jueves, fines de semana y festivos de otoño de temporada cinegética difícilmente conseguiríamos alimento para el resto de año. Objetivamente en las sociedades desarrolladas cazar es sencillamente matar animales silvestres por divertirse, aunque por supuesto siempre se justifica la caza como un acto de amor a la naturaleza (curiosa forma de amar descerrajar un cartuchazo al ser querido), o como sistema para controlar la sobrepoblación de especies (generalmente superpoblación consecuencia de la propia actividad cinegética y su exterminio de depredadores naturales), o los consabidos puestos de trabajo (cuando los estudios turísticos demuestran que la observación de fauna genera más riqueza; no hay más que contabilizar los visitantes de parques naturales), o autodenominándose los cazadores como los mayores ecologistas, aunque no solemos coincidir en las manifestaciones antinucleares o en la defensa de las especies amenazadas.
Lo preocupante es que en Vigo, cultura urbana por excelencia, todavía existan 6.000 licencias de caza. Es un dato revelador, aunque más significativa es la progresión descendente del número de cazadores. En nuestra ciudad se van perdiendo licencias de caza a un ritmo de casi un 5% anual. Con un poco de suerte en unos años nuestras zonas periurbanas serán más seguras para la fauna y para las personas. Lo cierto es que la caza en Galicia va a menos, y Vigo es un buen ejemplo de ello. La explicación no está en la crisis, ni en la presunta falta de piezas o el aumento de limitaciones. Al contrario, cada vez se dan más facilidades. Es tan sencillo como que las nuevas generaciones rechazan la actividad cinegética, y de eso se queja amargamente el colectivo cazador. No hay relevo generacional, dicen, no hay afición.
Es una buena noticia. De algo tenían que servir unas cuantas décadas de educación ambiental. Pero no faltan quienes quieren intentar impedir artificialmente lo que es simple evolución natural de la sociedad. Precisamente para intentar revertir este proceso la administración pretende reducir la edad mínima para conseguir la licencia de armas y, a cambio de cerrar toda la red pública de equipamientos de educación ambiental se abren los cursillos para que los niños, cada vez más pequeñitos aprendan a cazar. En cualquier momento a alguien se le ocurrirá instituir el premio Froilán a la escuela infantil con mayor número de cazadores, al tiempo.
En cualquier caso, saber que aproximadamente 6.000 vecinos de Vigo tienen escopetas en casa no es muy tranquilizador, pero afortunadamente para nuestra pacífica convivencia en general sus víctimas son las faunas.
Hoy, primer domingo de caza, en el tiempo que se necesita para leer este artículo han muerto ya 480 animales salvajes.
chequeo al medio ambiente la actividad cinegética
En el tiempo que se necesita para leer este artículo morirán 480 animales
Enseñemos a niños y adultos que no hay mejor caza que la fotográfica. Salgamos al monte con cámara y prismáticos y disfrutemos de la naturaleza sin dejar rastro de sangre. Cacemos recuerdos y sensaciones. Vivamos y dejemos vivir, esa es la mejor lección que podemos enseñar a las futuras generaciones como norma de conducta con el entorno que nos rodea y del que dependemos para sobrevivir. En teoría hay especies a las que nunca se les puede disparar, pero lo cierto es que en el centro de recuperación de fauna silvestre de Cotorredondo la llegada de animales abatidos es constante. Se debería sancionar ejemplarmente a aquellos cotos en los que se localizan sistemáticamente especies protegidas tiroteadas. Otro de daño colateral de la actividad cinegética son los abandonos de perros cuando termina la temporada. Dentro de tres meses no tendremos más que acercarnos al Vixiador, Cuvi, Zamáns, Valadares o Vincios para encontrarlos, famélicos y aterrorizados, vagando e intentando no sucumbir al veneno y los atropellos. Hoy mismo, en Vigo, hay una actividad que recuerda a estas víctimas inocentes. Bajo el lema «Somos perros de casa, no de caza», un grupo de lindos locos y locas sacan a pasear sus perros, la mayoría adoptados tras ser abandonados por cazadores, para recordar que hay otros mundos posibles en los que matar no sea una diversión.

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