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sábado, 10 de diciembre de 2011

Los perros del pepé por Arturo Pérez- Reverte



Una vez, cuando era niño, un pastor tiró delante de mí un perro al pozo de una mina. Le ató una cuerda al cuello, amarró un trozo de hierro viejo de las vías del ferrocarril, lo llevó hasta el agujero -el pobre animal trotaba alegremente a su lado, sin saber lo que le esperaba- y allá se fue el perro, arrastrado por el peso. Lo oí aullar al caer, y todavía, mientras tecleo estas palabras, sigo oyéndolos. Se estaba volviendo loco, me dijo el pastor, y zanjó el asunto. Hasta ese día el pastor, un hombre joven y rubio con el que yo charlaba a menudo cuando iba a jugar al monte y me lo encontraba, había sido amigo mío. Me enseñó algunas cosas que todavía recuerdo sobre hierbas, cabras, ovejas y perros ovejeros, y tengo en la cabeza el chasquido de su navaja cuando, a la sombra de una higuera, compartía conmigo rodajas de pan, queso y un vino muy áspero de la bota que siempre llevaba. Nunca supe su nombre, o tal vez lo olvidé a partir de ese día. Tampoco volví a acercarme a él. Después de aquello, cuando lo veía de lejos, él levantaba la mano, y yo levantaba también la mano. Pero seguía mi propio camino. Recuerdo que correteaba junto a él un perro nuevo, y que me pregunté si cuando también se volviera loco lo tiraría al mismo pozo. Supongo que sí, que lo hizo. Ahora, con los años, después de haber visto hacer cosas peores lo mismo con perros que con seres humanos, comprendo que el pastor no era un mal tipo, o al menos no peor que el resto de nosotros. Sólo era algo más elemental, quizás. Más bruto. Con ese duro sentido práctico de la gente de memoria campesina, que sabe lo que cuesta una boca más por alimentar, aunque sea la de un perro. Gente a la que curas fanáticos, ministros canallas y reyes imbéciles hicieron, durante siglos, analfabeta, despiadada y miserable. En cualquier parte del mundo, la infame condición humana sólo necesita pretextos para manifestarse en cuanto a pretextos, la España que hizo a ese pastor siempre los tuvo de sobra.Ahora, cuarenta años más tarde, tengo delante una foto que recuerda aquello: dos perros galgos ahorcados por sus dueños en un pinar de Ávila. La foto tiene actualidad porque el partido del Gobierno, o sea el Pepé de esta España que dicen que va de cojón de pato, se pasó el otro día por el forro de los huevos un documento con más de 600.000 firmas exigiendo que se castigue con más dureza el maltrato cruel a los animales. La cosa venía a cuento de los quince perros a los que hace unos meses serraron las patas delanteras en Tarragona, y al hecho de que los hijos de la grandísima puta que hicieron aquello sigan tan campantes -ojalá sepan ellos mismos un día lo que es morir como perros- mientras mozos de escuadra, o la guardia civil, o quien puñetas tenga la competencia de esclarecer el asunto, anda tocándose la flor sin que nadie se le caiga la cara de vergüenza. Pero resulta que el Pepé no ve la cosa tan grave. Para qué dramatizar, dicen. Abandonar a un animal doméstico o maltratado sólo es, para el Código Penal y para ellos, una falta contra los intereses generales que se castiga con una multita de nada. Un pescozón. Ya saben: vete, hijo y no peques más. Y la mayoría parlamentaria de esa peña de gilipollas impidió que el pasado abril prosperaran cuatro proposiciones de ley para que el maltrato a los animales se considere delito, y se castigue con arrestos de fin de semana y penas de prisión cuando medie la muerte del animal. Tampoco se trataba de silla eléctrica, como ven. Pero no. El Pepé dijo nones. El Peneuve, por cierto, se abstuvo, fiel a esa equidistancia política exquisita que mantiene lo mismo cuando alguien mata perros que cuando alguien mata concejales. Y al final salió en la tele un tiñalpa repeinado y con corbata rosa fosforito, para decir que bueno, oigan, que tampoco hay que precipitarse que un hecho concreto en Tarragona no justifica la modificación de un texto legal.Olvidando que en esta ruin España se tortura y se mata animales impunemente y a diario, que sigue habiendo peleas de perros, que se ahoga a los cachorros, que se ahorca a los perros de caza que no satisfacen a sus dueños, que hay animales que son apaleados a la vista de todo el mundo sin que nadie intervenga, o que miles de ellos son abandonados cada año -abuelos al asilo, perro a la carretera- cuando a sus propietarios les incordian para las vacaciones o se les mean en la alfombra. Y que todo eso ocurre porque la presunta autoridad competente ni siquiera intenta hacer cumplir las ridículas normas mínimas que ya existen. Y también porque nadie agarra por el cogote a uno de esos animales bípedos cuando se le pilla con las manos en la masa, y le sacude, a falta de legislación adecuada, media docena de hostias. Pues al final resulta que cualquiera puede torturar gratis a un perro; pero darle una buena estiba a un hijo de la gran puta no es civilizado ni europeo, y a quien detienen y multan y empapelan es a ti. Hay que joderse. Me pregunto en qué se fundarán esos imbéciles para creer que vale más un ser humano -embriones incluidos- que la lealtad, la honradez y los sentimientos de un buen perro.19 de mayo de 2002









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